miércoles, 20 de agosto de 2014

Azul y blanco

Después de pasar casi un verano entero en Madrid, ¿con qué voy a soñar? Pues con cosas muy raras. Como éstas.

Sueño una calle blanca al sol de agosto. Hay un banco de piedra en el que me gustaría sentarme un rato, a secar esta humedad que me pudre la piel, a ver pasar chicas vestidas de colores vivos, pero es temprano aún y la calle está desierta. No hay rojos ni verdes, así que me conformo con ver pasar las nubes, rotas en jirones blancos sobre un fondo azul brillante. El aire huele a mar y a sábanas tendidas. Todo es azul y blanco.


Por la esquina aparece Germán, con la blanca sonrisa desabrochada hasta el ombligo. Me ofrece un cigarrillo y lo rechazo, me agarra del hombro, me empuja. Me lleva, a ritmo de flamenco, calle arriba, en contra del mar, palmeando en mi espalda y en mi cuello bulerías que nadie como él conoce, y que yo apenas distingo en el traspiés de sus dedos. Llegamos a la plaza. Luís nos espera en el viejo Mercedes azul. Yo me siento delante y Germán justo detrás mía, repiqueteando fandangos en mi cabeza. Hace calor y la ventanilla no abre. Luís ha echado el cierre. El ritmo de Germán se acelera. Estamos saliendo del pueblo.

El sol atraviesa el aire y me adormece, me hace soñar que sueño otros viajes, viajes en tren, viajes nocturnos de conversaciones susurradas al oído y cigarrillos a medio fumar. Creo escuchar el sonido de las olas, pero es sólo el tanguillo de Germán, que arrastra piedras en mi cabeza haciéndolas chocar, alisando sus bordes afilados como cuchillos de sal. Miro a Luís y sus ojos azules me miran. Hay espuma en las orillas de sus párpados. El coche desliza sobre la gravilla y se detiene frente a una casa de paredes blancas y tejado naranja. Hemos llegado.

Abro la puerta y salgo del coche, con Germán siempre a mi espalda, tamborileando unos tarantos. Luís camina hacia la puerta de la casa, procurando no hacer demasiado ruido al aplastar la gravilla con sus botas. Yo me asomo al interior por el ventanal, entro con el sol y caliento un poco la habitación vacía. En un cuadro en la pared unos pescadores arrastran una red sin peces. Nada brilla. Paseo mis manos por las estanterías donde duermen viejos libros, por los cajones sin cubiertos de plata. Huele a polvo y moho. Una figura de porcelana me mira desde el interior de una vitrina, levanta la mano y señala algo a mi espalda. Me giro y veo al anciano en la puerta. Viste pijama, zapatillas de cuadros y una mirada triste de ojos blancos y azul de acero en las manos de Luís que vuelan más veloces que mi grito, el pánico ahogado de un pez que se agita fuera del agua, la sangre de las branquias tiñendo de rojo la red que arrastran unos pescadores que nunca pensaron en pescar nada.

Abandonamos la casa y regresamos en silencio al pueblo, a tiempo de ocupar mi sitio en el banco de piedra, perseguido a lo lejos por destellos de sirenas azules y por los dedos de Germán, que taconean tientos en mi cabeza y en las faldas de colores de las chicas que suben por las calles blancas al sol de agosto.

(c) Javier Warleta

1 comentario:

  1. un verano entero en unas cuantas frases...un verano sur.
    al leerlo tambien he visto solo cielo....un ratito y he veraneado, un ratito

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